19 de abril de 2024
19 de abril de 2024 | Las Noticias del Ministerio Público Fiscal
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HISTORIAS DE ATAJO: VÍCTOR MAYTA, MÚSICO
Las canciones, el único héroe en este lío
Enseña a tocar la guitarra en el galpón de la villa 31, donde vive. No muestra sus canciones por miedo a que alguien las registre como propias. Organizar la contradicción: el gran trabajo de Atajo.

El Programa de Acceso Comunitario a la Justicia del MPF tiene un desafío institucional, jurídico y comunitario: convertirse en la gran puerta de entrada a la Justicia, para que dejen de serlo las comisarías. Para que nos entendamos: donde el programa ATAJO dice “Justicia”, está queriendo decir “derechos”, no sólo punición. De ahí que la entrada pueda conducir no necesariamente a un juzgado, sino a un abrazo, un médico, una canción.

Víctor tiene 25 años. Nació en Bolivia pero hace más de diez que vive en la Villa 31. Toca la guitarra. Estudia música en la ex ESMA. Lo que allí aprende lo aplica luego en su comunidad. Lo comparte, lo proyecta y lo experimenta en sus clases de guitarra en el Galpón de la Villa 31.

“Entendemos en forma desestructurada la música. Le llamamos ‘Emaoec’, que quiere decir Escuela de Música y Arte de Orientación Emergente Cambiante”, cuenta una tarde de martes en el Centro Integrador Comunitario, a un costado de la Agencia de Acceso a la Justicia.

Víctor dice que en sus clases no hay una pauta demasiado estricta en el modo de encarar la enseñanza. La clase se organiza colectivamente.

“No ponemos muchas pautas, queremos que los chicos dirijan la idea. Escuchar lo que ellos quieren. A las clases viene gente que tiene entre 14 y 30 años, y hasta una señora de 40”.

Víctor tiene su propia banda, Antifrágil. El nombre surgió a instancias del baterista, que leyó en el título de un libro de Nassim Taleb esa palabra, y fue cautivado por la siguiente explicación: “Las cosas que se benefician del desorden”. El batero extendió el encanto por ese concepto al resto del grupo, que adoptó como propia su ensoñación.

“Está jodido ser músico. Hace poco se puso eso de que los músicos cobren por tocar, y no pagar, porque el músico es el que paga el estudio, paga el instrumento, paga la sala de ensayo, y además tiene que pagar para tocar. Todo es muy comercial. Si no sonás en la radio, si no vendés tantos discos, si no traés tanta gente… No está bueno”.

Cuando es entrevistado para el ciclo radial que ATAJO tendrá en la AM530, Víctor dice que puede transmitir ante el micrófono su experiencia comunitaria, contar su historia de vida, divagar sobre corrientes musicales y hasta teorizar sobre la fusión de estilos que hace el brasileño Hermeto Pascoal, pero mostrar sus canciones, no. “¿Por?”, inquiere el cronista.

No sólo porque las grabaciones de su música son de una calidad no del todo óptima, según su gusto, se excusa Víctor, sino por una razón aún más determinante: no haber patentado su arte ante la Dirección Nacional de Derecho de Autor, y temer que sus canciones sean registradas por otro antes.

El entrevistador se sorprende con el impedimento. Que las canciones no estén bien grabadas puede resolverse con una actuación en vivo dentro del estudio de la radio. Pero el miedo a que un oyente del programa robe su canción, y que ese miedo pueda más que el entusiasmo que debiera provocarle la circulación de su arte, resultan imposibles de desandar así nomás.

¿De dónde viene ese temor? ¿Cuál es exactamente el miedo? ¿Cuántos hombres y mujeres como Víctor, sensibles, talentosos para la música, o la poesía, o la pintura, o las piruetas con el cuerpo, no tienen la posibilidad de formarse artística o deportivamente y adquirir la ductilidad necesaria para ejecutar un instrumento musical o ejercitar el cuerpo? ¿Y cómo es que Víctor, de 25 años, que sí tuvo esa posibilidad, aunque ni una grabación de sus canciones en buena calidad tenga para mostrarle a un periodista, rechaza voluntariamente a quien lo convida a mostrar su música, que es su visión particular del mundo?

Desmontar el discurso del opresor es doblemente difícil cuando se instala en las conciencias de quienes más padecen esa opresión. La ecuación de Víctor es un producto de las relaciones mercantiles que rigen la sociedad y que determinaron para él la peor parte.

¿Víctor es músico para repensar su particular concreto, para desmentir la división social del trabajo que lo mandó a vivir en una villa de la gran urbe porteña, lejísimo de su Bolivia natal, pero no puede hacerlo del todo por su propio miedo a ser estafado en el único lugar donde el sistema no entra: sus canciones, hijas de su subjetividad? Aunque, ¿no entra el sistema? ¿No extiende hasta ahí las redes de su ideología?

El Programa ATAJO, que articula con la múltiple asistencia estatal a las personas que viven en los barrios más deprimidos de la ciudad, todo el tiempo tropieza con la contradicción. Su equipo de trabajadores y profesionales quiere mejorar las condiciones de existencia en las barriadas, pero algunos de sus habitantes (claro que no todos, pero sí bastantes) quieren irse a vivir a otro lado. ¿Para qué participar colectivamente, intervenir en la comunidad de un barrio en el que no quisiera estar más?

Buscar belleza, crear esperanza, dar sentido, en el carozo de la frustración y la imposibilidad, esos también son trabajos de ATAJO. Refutar lo dado. Intervención, no asistencialismo.

Alguna gente en el barrio donde vive Víctor, y el Programa de Acceso a la Justicia abre sus puertas para ingresar al mundo de los Derechos y no sólo al de los castigos, perdió muchas cosas. Un sistema entrenado en el destrato, la estigmatización, la reproducción en serie de las injusticias, trabaja todos los días con un solo objetivo: frustrar el arte y su más íntima potencialidad: "Cambiar la vida", como quería el poeta francés Artuhr Rimbaud. Pero las canciones no serán robadas así nomás. Llévense todo de ellos, menos su música. Aunque nadie la escuche jamás. El lado del revés de las cosas que se benefician del desorden.