24 de abril de 2024
24 de abril de 2024 | Las Noticias del Ministerio Público Fiscal
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El testigo declaró que instaló potentes reflectores en la sala de interrogatorios
Monte Peloni: “Ellos no se privaban de venir, comentar los hechos y burlarse”
A través de una videoconferencia, declaró un ex oficial de mantenimiento del Ejército de Olavarría, quien estuvo dos veces en el centro clandestino de detención. Vio detenidos encapuchados y con las manos atadas.

El testimonio que llegó por videoconferencia desde Uruguay fue contundente. Esta vez, el horror de Monte Peloni no fue relatado por los sobrevivientes de los golpes y torturas, sus familiares y allegados, sino por una persona que en ese momento era parte del Ejército. Se trata de Hugo Francisco Ivaldo, quien fue oficial de mantenimiento en el Regimiento de Olavarría, entre 1976 y 1979, y estuvo dos veces en el centro clandestino de detención. La primera vez que Ivaldo estuvo en Monte Peloni fue para hacer la instalación de luz y de agua. La segunda, para solucionar un problema que se había presentado con el generador. Calificó el lugar como “una cárcel clandestina”.

En esa segunda oportunidad, pudo ver cómo ante su arribo sacaron a un hombre y una mujer (sobre quien pudo escuchar que la llamaban “la Poquito”), quienes estaban encapuchados y tenían sus manos atadas. De cualquier forma, observó que el lugar estaba preparado para tener varios prisioneros, ya que pudo ver elásticos de cama sin patas sobre los que había capuchas y elementos para sujetar a los detenidos.

Ivaldo también dijo que “era un hecho notorio” lo que sucedía en Monte Peloni para todo el personal que prestaba servicios en el Regimiento de Tanques 2 de Olavarría. “Ellos no se privaban de venir y comentar hechos, burlarse y comentarlo como una hazaña, lo que veían, lo que hacían”, señaló. Incluso, manifestó que las personas que están siendo juzgadas tenían conocimiento de lo que allí ocurría, dado que eran quienes designaban al personal que iba a realizar las guardias. Ellos eran quienes daban las órdenes.

Al consultarlo sobre cómo estaban las personas detenidas en el lugar, dijo que las mantenían encapuchadas y esposadas y que ahí fue donde tuvo uno de los más serios problemas con uno de sus compañeros. “Me agarré a trompadas con un compañero, con otro suboficial. A eso de las 10 de la mañana es común en el cuartel ir a tomar un refresco y a comer un sándwich. Estos dos compañeros míos, para ver quién de los dos pagaba el consumo, no tuvieron mejor idea que parar dos presos encapuchados y esposados, pararse de frente y ver quién lo tiraba más lejos de una trompada: el que pegaba más fuerte ganaba. Estuve un mes, creo, preso”, relató.

La querella consultó a Ivaldo sobre el imputado Walter Grosse, a quien apodaban “Vikingo”, y recordó un episodio violento con un detenido. Relató que traían un detenido de un operativo realizado en otro pueblo –cuyo nombre no recordaba- que había saltado por una ventana y había lastimado a un soldado. “Cuando lo bajaron de la camioneta esposado, sucio, lo tiraron sobre el asfalto y este Grosse lo agarró de los pelos de la nuca y lo daba contra el piso, fue terrible”, rememoró.

En otro pasaje de su testimonio, Ivaldo mencionó que en un sótano de una casona vieja del Regimiento, “que se usaba como logística”, instaló tres reflectores de 1000 W, que “dejan bastante ciego”, además de timbres. Allí, indicó, se llevaban a los presos.

- "Cuando le ordenaron instalar los tres reflectores, ¿tenía posibilidad de negarse?", lo interrogó el abogado defensor Castaño.
- "En el cuartel, el superior da la orden y se cumple, no se puede ni quejar ni decir", respondió.
- "¿Cómo sabe que eran para enceguecer?", le insistió.
- "Si me hacen poner una silla y me dicen que enfoque tres reflectores que den a la altura de los ojos y dos timbres a la altura de los oídos, ¿para qué van a hacer doctor?", respondió.

En 1979 Ivaldo decidió irse de allí. Le preguntaron por qué y respondió:
- "¿Le parece que es poco ver semejante injusticia? A mí me hacía vivir mal ver tanto abuso de poder, porque no es para eso que están hechas las Fuerzas Armadas".

La radio en manos de un militar

Tras el golpe cívico militar de 1976, Walter Grosse estuvo a cargo de la radio LU 32 de Olavarría durante un tiempo. Allí, trabajaba como locutora Stella Maris Folini de Buche, hermana de Graciela Noemí Folini de Villeres, aún desaparecida, al igual que su cuñado, Rubén Villeres.

Folini de Buche relató ante el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata, a cargo del juicio por Monte Peloni en Olavarría, que el militar “se paseaba por detrás del cristal con intención intimidatoria”. Una mañana, la mujer ingresó apresurada a la sala de locución. Miró sin fijar la vista en nada y salió. Diez minutos después, la llamaron de la dirección de la emisora para decirle que se presente, que Grosse quería hablar con ella.

“Me acerco y me dice si era consciente de que le había faltado el respeto”, contó. El reproche era porque no lo había saludado. “Me disculpé diciendo que en la vida civil no es así como se procede”. Y la respuesta fue “que él imponía ahí el orden, que me estaba sublevando, y que me podían aplicar la ley de personas que se subvertían contra el poder”.

El incidente no pasó a mayores, pero luego apareció colgado en la sala de locución un papel con “los siete puntos por los cuales un ciudadano podía ser subversivo”.