13 de diciembre de 2025
13 de diciembre de 2025 | Las Noticias del Ministerio Público Fiscal
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LA JUSTICIA Y LAS CONDICIONES QUE IMPONE LA DESIGUALIDAD
Soledad, Elvira y una salida en diagonal
La madre denuncia a su hija por abandono del hogar. La hija denuncia a la madre por maltrato. Ambas, por separado, buscan en la oficina del Programa Atajo una solución. Acceder a la Justicia no siempre es judicializar.

Soledad no llega a 16 años y denuncia que su madre le pega. Elvira tiene 43 y denuncia que su hija se escapa del hogar, se droga, y hace entrar gente extraña a su casa, poniendo en riesgo la integridad de la familia. "Lavar el pie en el agua para después ensuciarlo de arena; ensuciar el pie en la arena para después lavarlo en el agua", canta el paulista Arnaldo Antunes.

Soledad y Elvira son madre e hija. Una y otra concurren por separado, sin saber que la otra también hará lo mismo, a la oficina del Programa de Acceso Comunitario a la Justicia del MPF presente en la villa 21-24, sobre la calle Iriarte, para exponer el caso ante sus funcionarios. Soledad tiene una hermana más chica, de 12 años, que también es hija de Elvira y de su papá, que nunca vino de Paraguay y ni nombre tiene en el relato.

¿Cuántos derechos no se cumplen en ese conflicto? La víctima ¿puede ser al mismo tiempo victimario? ¿Al revés también?

Los hechos son sagrados; su intencionalidad, vemos. Soledad dice que se marchó de su casa debido a los maltratos permanentes de su madre, psíquicos y de los otros. No la dejaba usar el celular, dice. Le impedía sistemáticamente ver a sus amigas. Denuncia que es su madre quien ponía en riesgo su integridad física y de la otra. Así no se puede crecer, ni terminar el colegio.

Elvira, a su turno, dice que es su hija quien vuelve imposible la convivencia en el hogar con sus rebeldías incontrolables. Así no se puede vivir, ni salir a trabajar tranquila.

Apenas llegada de Asunción, de donde es oriunda la familia, la hermana de Elvira, Maricel, se acerca hasta la oficina de Atajo para ponerse en situación sobre el estado de la nueva disputa, que no es tan nueva, sino apenas su último capítulo.

Maricel es monja. Tiene el aplomo propio en una mujer que decidió entregar su vida a Dios hace muchos años. No les pregunta a su hermana, la madre de Soledad, ni a su sobrina, sino a los funcionarios del Ministerio Público Fiscal.

Aun con su silencio, Sor Maricel parece darle crédito a lo que expone Soledad, su sobrina mayor. Cuenta que una vez denunció a su propia hermana cuando en una discusión muy fuerte, allá por el año 2012, Elvira amenazó con mandarle a alguien a violarla.

Es entonces cuando el equipo multidisciplinario del programa de Acceso a la Justicia interviene. Deriva. Contiene. Ordena la problemática. Para empezar, no judicializa un vínculo ya de por sí muy dañado. No insta la inmediata actuación del fiscal de turno en una investigación tendiente a determinar si hubo lesiones de la madre o fuga del hogar de la hija menor. Intenta un “atajo” en diagonal hacia la Justicia.

La psicóloga del programa de Acceso a la Justicia convoca a su colega de la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud de la Nación, también presente en la villa de Barracas. Tras realizar una entrevista con la madre, resuelven para Elvira un tratamiento psiquiátrico y una adecuada medicación, al tiempo que aconsejan una contención familiar que evite que el vínculo siga deteriorándose. Ni la quita a Elvira de la tenencia de la adolescente, ni la internación en un instituto de menores de Soledad. Al menos por ahora. En el medio están la vida de la madre y el futuro de su hija, esas dos contingencias que se deben resguardar antes que nada. Sor Maricel prolonga el regreso a su convento en Paraguay y se hace cargo de su sobrina, y de su hermana, y de la madre de ambas, hasta tanto la tensión afloje.

La Justicia no se volvió esquizofrénica; en todo caso es la realidad, que devuelve su propio rostro en un espejo roto, quebrado, opuesto por el vértice. Son la vulnerabilidad en todo sentido, la violenta desigualdad, la brecha entre las posibilidades de unos y las estigmatizaciones padecidas por otros, las que abren grietas imposibles de suturar así nomás en el cuerpo social. Las problemáticas de la salud mental en un contexto de pobreza extrema se potencian.

Atajo lo sabe, de ahí su idea madre, su concepto guía, su compromiso con el Derecho y la Justicia: mejor que denunciar es contener; mejor que judicializar es prevenir. No siempre. Pero casi.