En la madrugada del miércoles 23 de septiembre se produjo un trágico incendio en el sector denominado Cristo Obrero, de la villa 31 de Retiro. El accidente golpeó duro a una familia de condición muy humilde, de nacionalidad paraguaya, que vivía en la casa 185 de la manzana 14.
La pareja tenía 5 hijos, de los cuales 4 eran menores de edad (de 17, 10, 4 y 1 año) y ocupaban la vivienda. La primera preocupación del cuerpo de delegados de la manzana fue reunir el dinero para el sepelio, que en ninguna de las posibilidades estudiadas bajaba de los $ 5200 por cada uno de los fallecidos.
Según informaron en la Comisaría 46ª, que labró las primeras actuaciones, la causa tramita ante la Fiscalía Nacional en lo Criminal de Instrucción Nº 35 y fue caratulada como “muerte dudosa sospechada de criminalidad y lesiones graves”. El dramático relato del hijo de 17 años de la pareja, sin embargo, contrasta con la primera calificación.
Según refirió el joven apenas unas horas después de la tragedia, la noche anterior se había producido un apagón de luz en varias manzanas, correspondientes a los sectores Cristo Obrero, Comunicaciones e YPF. Cuando su padre, continuó el joven, quiso reconstruir los cables y regresar el servicio eléctrico, sufrió una descarga que lo mató en el acto, incendió su casa, e hirió gravemente a su mujer y madre de los cinco hijos de la pareja.
El joven, que alcanzó a salvar la vida de sus hermanos menores tras sacarlos de la casa, precisó que su padre falleció electrocutado cuando intentaba reconectar el cable de luz que se había dañado por la acción del viento. Minutos después, y debido al inmenso calor que envolvió la precaria vivienda tras el inicio del fuego, se produjo la detonación de la garrafa, cuyo impacto fue tan fuerte que provocó heridas gravísimas en su madre.
Tras la explosión, la mujer herida gravemente fue llevada por los vecinos hasta el pasillo, para esperar allí la ambulancia, aunque sin éxito. Según relatos, la esposa del hombre muerto minutos antes, permaneció durante cuarenta minutos en el piso, esperando infructuosamente la asistencia médica, tras lo cual también falleció.
El hijo de 17 años de la pareja añadió que los vecinos llamaron a la ambulancia pero que luego de esperar en vano y por más de cuarenta minutos decidieron dirigirse a la garita de la Policía Federal, ubicada en el sector Comunicaciones, para reiterar el llamado al 107.
Una hora y media después del primer reclamo, la unidad médica móvil por fin llegó, aunque no pudo acercarse hasta el lugar del accidente debido a la construcción de un muro, levantado recientemente, que separa la autopista Illia de las precarias viviendas de la manzana 14. Cuando los bomberos de la Policía Federal llegaron para apagar las llamas, las columnas de fuego ya habían sido sofocadas por los vecinos.
“Yo les pedí ayuda a los policías que estaban cerca de casa, pero ellos me dijeron ‘no somos bomberos, somos policías’, y no vinieron”, continuó el hijo. Seis horas después de la tragedia, se acercaron operadores del Programa Buenos Aires Presente (BAP) quienes prometieron que en el transcurso del día acercarían colchones, sábanas y frazadas, que fueron depositados en el Portal de la Secretaría de Hábitat e Inclusión (SECHI), a más de dos kilómetros del domicilio, y que sólo podían ser retirados por familiares de las víctimas.
En un informe televisivo del canal comunitario Urbana Te Vé, único medio que se interesó por la noticia, algunos vecinos responsabilizaron al gobierno porteño por la construcción del muro que demoró el arribo de la ambulancia y del camión de bomberos, y reclamaron la apertura de un portón de ingreso y egreso del barrio para casos de emergencia.
Gestiones
Anoticiado del hecho, el equipo de ATAJO se reunió con el operador de la Asesoría General Tutelar (AGT) de la Ciudad, que trabaja en el barrio, a fin de darle intervención en el caso, en lo relativo a los hijos menores de edad.
Tras la notificación hecha por el representante comunitario, la coordinadora del ATAJO local, Carolina Maniowicz, se dirigió a la casilla incendiada. Allí encontró al hijo mayor de la pareja, quien relató las circunstancias del dramático hecho.
Asimismo, y tras las primeras intervenciones, el equipo ATAJO, junto a las operadoras de la AGT y las delegadas de la manzana 14, se presentaron en el domicilio de la madrina de uno de los niños, donde estaban los otros hijos de la pareja fallecida, para iniciar el trámite que les permitiría acceder a un subsidio por fallecimiento, con el cual cubrir los gastos más urgentes. En virtud de una gestión ante los operadores del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, el importe de los sepelios pudo ser cubierto.
A su vez, los vecinos continuaron con una colecta en el barrio, para la compra de alimentos y pañales para los más pequeños hijos de la pareja. En tanto, la oficina del Centro de Acceso a la Justicia del sector Cristo Obrero (dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación), comunicó que la madrina y el hermano mayor de la pareja se encontraban en instancia de mediación por la guarda de los niños.
Dada la complejidad del caso, la habitual acta que el ATAJO confecciona ante cada una de sus intervenciones, incluyó un apartado sobre la precariedad del sistema eléctrico, en el que ya venía trabajando, para dejar sentada la dimensión del problema y la condición estructural de ese riesgo. El escrito será acompañado por la firma de los delegados de manzana la semana próxima.
Según expresó la coordinadora del ATAJO de la villa 31, “el equipo jurídico de la Dirección evalúa cómo darle curso al acta firmada por los delegados, en donde consta el reclamo y la gravedad de la situación”. Además, Carolina Maniowicz precisó que “existen registros de otros incendios en el barrio que también causaron la muerte de algunas personas”
Incendio en la villa
En la villa el sonido del incendio desatado y voraz aturde. Como un cáncer que avanza sobre los tejidos contiguos al tumor, el incendio lo hace con las casas de al lado. Y las cosas. Las pocas cosas. El camión de bomberos no entra hasta ahí, las ambulancias tampoco. Sólo se escuchan las sirenas, y los pasos de los oficiales corriendo sobre el barro, con sus cascos y mangueras larguísimas, que tardan más minutos que lo tolerable en combatir el ardor. Cada segundo que tarda el agua en salir, es un bien menos, de esos que no se recuperan fácilmente. La cocina, la parrigás, el televisor de plasma. El lavarropas, no, porque está afuera. Y a veces, un hijo. O los padres.
Sobre el frente de la villa, las casas también se carbonizan, pero los efectos que causa la combustión son menores. La coloración de los ladrillos de canto se vuelve negra, y poco más. El olor a humo, como un asado pobre, de tira con mucho hueso, perdura durante semanas. La relación entre el incendio y sus consecuencias es proporcional al hacinamiento de la vivienda, o el ramillete de casillas, donde se desata.
Para algunos que viven sobre el perímetro de la villa, los villeros son los del fondo. Ser villero es recibir apenas las últimas gotas de los caños maestros de agua pinchados. Los de adelante, no. Ahí pasa el patrullero, ahí la noche se ilumina de azul cuando recorre el camión de la gendarmería, y hasta allí no los taxis, pero sí los autos de la remisería, y las ambulancias y el camión de bomberos.
La deficiencia en el tendido eléctrico es intrínseca a la condición de vivir en una villa. El hecho ocurrido en la villa 31, más allá de su desenlace judicial y lo que resulte de la investigación de sus circunstancias, demuestra la necesidad de urbanizarlas en forma creciente, empezando por la normalización del servicio eléctrico, lo que seguramente evitaría muchas angustias. Y muertes.