13 de diciembre de 2025
13 de diciembre de 2025 | Las Noticias del Ministerio Público Fiscal
Menu
Historias de los ATAJOS: Sabina, casi abogada
Para que la justicia y el derecho se parezcan
Siendo una adolescente, escribió un texto simulando un escrito jurídico para frenar un desalojo. Ese hecho despertó su vocación por el Derecho. Vive en la villa 31, y cada vez le falta menos para ser abogada.

“Soy Sabina, tengo 39 años y 2 hijos. Mi documento de identidad dice que soy peruana, pero yo no lo creo así. Si bien nací en la costa peruana del lago Titicaca, el lago más alto del mundo, reconozco como propia mi identidad originaria, que comparto con mis hermanos bolivianos”, cuenta en el playón de la Villa 31, en Retiro.

Es sábado al mediodía en el barrio Carlos Mugica. La Autopista Illia, a un costado del playón, tiembla con cada camión que pasa. El revoque sobre los ladrillos hace un esfuerzo por mantenerse adherido a las paredes. Las diferentes nacionalidades latinoamericanas que conviven en la villa se fusionan en una sola identidad diversa, multicultural, compleja, cuya síntesis se potencia en la actividad por el Día del Niño que a esa hora del día realizan las reparticiones estatales que tienen su delegación en la 31, entre ellas la Agencia Territorial de Acceso a la Justicia (ATAJO), dependiente del Ministerio Público Fiscal.

“Cuando estaba en el secundario vivía en el llano, no en la sierra. Mi mamá me cuenta entonces que su hermano, mi tío, había quedado huérfano de hija, que se murió siendo adolescente. Solo de mujer, y sin hija, mi tío entró en la desgracia. Alcohol, descuidos…”, recuerda con voz rápida y palabras precisas al delegado de ATAJO, que la invitó a la actividad para los más chicos, y que sirvió para que muchos vecinos de la comunidad supieran de este novedoso Programa.

Creados por la Procuración General de la Nación, los ATAJOS tienen sede en las villas 1-11-14, 20-, 21-24 y Barrio Mitre, además de la villa 31. Su gran propósito es acercar la justicia a la población más vulnerable del cuerpo social y lograr que los agentes judiciales miren a través de los ojos de las víctimas de un sistema muy acostumbrado a la exclusión y la estigmatización.

“La familia de la mujer de mi tío, aprovechando su situación, quiso sacarle entonces lo único que tenía: su pedazo de tierra –continúa-. A mí me dio tanta lástima por la tristeza de mi mamá, que hice una carta copiando las formas y el estilo de un abogado y ella se la mandó a su hermano. Él la presentó a la familia que se quería quedar con su propiedad y logró así frenarlos”.

Sabina dice que fue ahí, siendo tan joven y extremando sus poquísimas herramientas formales, que le creció la vocación por el derecho. Cuando a los pocos años de ese hecho fundacional vino a la Argentina, donde ya vivía su hermana, ingresó en la UBA, para cumplir su deseo y estudiar abogacía. Su intuición, y lo que fue más determinante, su propia experiencia vital, le enseñaron que el derecho sirve, la abogacía protege y la justicia salva.

“En Perú no se podía estudiar. Las persecuciones de Fujimori, la ocupación de la universidad por policías y espías secretos del gobierno no nos dejaban estudiar. Entonces intenté aquí. Pero en 2001, cuando vine, era casi imposible para un extranjero ingresar a la Universidad pública. Si era difícil radicarse, imagínate estudiar. Pero a partir de 2004 eso cambió”.

Hoy tiene una docena de materias de la carrera de derecho ya aprobadas. Sus hijos le complican un poco el estudio, pero no se desanima. Sabe que la justicia no es lo mismo que el derecho, pero aspira a que ambos se contengan algún día como “la madera en el palito”. Las palabras pesan. Y piensan. Sabina le pone el cuerpo a esa certeza.