29 de marzo de 2024
29 de marzo de 2024 | Las Noticias del Ministerio Público Fiscal
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Mar del Plata: Discapacidad y pobreza
Sin enmiendas ni tachaduras
Norma es analfabeta y tiene a su pareja casi ciega. Desde hace meses peregrina por instituciones estatales, buscando una pensión por discapacidad. En una de ellas le dieron un formulario en blanco, que debía cuidar de roturas y manchones, porque “si se rompe o se pierde es imposible conseguir otro”. Cuando una simple tachadura, incomprensible a los ojos de quien no sabe leer ni escribir, se vuelve un verdadero drama.

Norma nació en Termas de Río Hondo, Santiago del Estero, hace algo más de medio siglo. Esa es, quizás, la única vanidad de su vida: decirle “medio siglo” a sus 50 años de edad. Tuvo tres hijos en su ciudad de origen, dos mujeres y un varón. Pero ellos, con los años, buscaron nuevas y mejores oportunidades laborales y de vida, y migraron hacia la perla del Atlántico.

Al llegar a Mar del Plata, los chicos, que ahora tienen 28, 29 y 33 años, se instalaron en el barrio Malvinas Argentinas, y Libertad, contiguo a aquél. En esa zona de la periferia marplatense viven casi todos los argentinos que migran desde la tierra del mistol, curtidos por los viento y quemados por el sol. Cuatro años después de la partida de sus hijos y con 7 nietos, angustiada de tanto extrañarlos, consciente de que no tenía mucho para perder, decidió seguir el mismo camino.

Al llegar, Norma se radicó a unas cuadras del Centro Integrador Comunitario (CIC) del barrio Malvinas, por ese entonces en plena construcción. Al igual que muchos vecinos de su nuevo barrio, encontró un trabajo vinculado a la actividad turística de verano: limpieza de un hotel céntrico, cercano al mar y las playas más concurridas.

Pero como les sucede a muchos de sus nuevos vecinos, el fin del verano y la merma en el ritmo de vida de la ciudad la dejaron sin trabajo. Norma, que al fin había conocido el mar, también debió tutearse con el frío, tan distante de su agobiante Santiago del Estero. Cuando se apagaron las luces de las marquesinas, el viento frío y húmedo y la sensación de distancia y lejanía que impone el mar desplegaron toda su crudeza.

Desde ese entonces, junto a su pareja, Norma carga un carro en el que junta chatarras, cartones y desperdicios varios con alguna utilidad todavía, con los que logra sortear los meses del invierno y reemplazar el desempleo que se extiende riguroso y puntual desde marzo y hasta la mitad de diciembre. Esa situación no sólo profundiza su urgencia material; también le parte el corazón. La alegría por la cercanía con sus hijos y nietos se confunde con la añoranza por sus pagos de Río Hondo.

Problemas de salud

Cuando se acercó al ATAJO del barrio Malvinas Argentinas, que coordina Pablo Carignano, Norma refirió, con mucha timidez, que su pareja se encontraba muy mal de salud desde hacía más de un año. Ante Juan Pablo Gelemur y Lucía Muraca, integrantes del equipo ATAJO, la mujer contó como pidiendo perdón detalles acerca de la mala condición física de su marido. Distintas afecciones le impiden realizar labores que requieran fuerza, dijo, debido a las cuales Norma debe salir sola con el carro. A los dolores en el cuerpo de su marido, se le suma una dificultad galopante en la visión, que avanza día a día y lo postra aún más: la ceguera progresiva nunca es una buena compañía, especialmente en personas de gran vulnerabilidad social, y angustiadas por el desarraigo.

Con ayuda de ATAJO en todo lo que esté a su alcance, el Servicio Social municipal que funciona en el CIC, la guió a Norma en los pasos que debía seguir para que su pareja percibiera la pensión por discapacidad que le corresponde, y que otorga el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.

El día que la mujer llegó por primera vez al ATAJO para consultar por su pensión, lo hizo portando una bolsa de nylon transparente, llena de papeles en muy buen estado pero un tanto desordenados, lo cual dificultó comprender el camino burocrático que hasta ese momento había recorrido. Si bien el naylon puede arrugarlos un poco, está invicto ante las tormentas.

En su exposición, Norma repitió en forma aleatoria las distintas reparticiones y oficinas de Salud que trajinó en busca del bendito Certificado de Discapacidad. Según dijo, cuando en la delegación del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación le entregaron el formulario del certificado que debía completar y certificar por una autoridad médica, Norma recordó una sola indicación: no perder el formulario por nada del mundo, porque "es un documento público", ni dejar que se rasgara en alguna de sus partes, pues le sería complicado conseguir otro.

A partir de allí se inició el segundo tramo de su carrera con obstáculos. Con mucha dificultad Norma debía llevar a su pareja a los controles médicos correspondientes. Lo logró. Pero aquí tampoco termina el maratón.

Sin enmiendas ni tachaduras

Cierto día de agosto, Norma se acercó a la agencia del MPF de la Nación, procedente del Centro de Salud del barrio. Allí el personal que la atendió acababa de completar el formulario de discapacidad en base a todos los controles médicos que con tanto esfuerzo y dedicación Norma alcanzó a hacerle a su pareja. Pero esa aparente solución era, según la mujer, su más honda frustración.

Su angustia se hizo visible cundo rompió en llanto luego de que, a media voz, confesara que no sabía leer, ni escribir, y que en el Centro de Salud le habían “estropeado el formulario, porque me lo tachonearon de mala manera”.

Para Norma, su ansiada y demorada solución era, en verdad, la peor de sus condenas: las tachaduras en el formulario que alguna vez podría llegar a ser su anhelado Certificado de Discapacidad. Entre llantos que volvían casi inentendibles sus palabras, la mujer contó que “me rayaron una de las hojas y no me explicaron nada. Me atendieron muy rápido y mal, como para que me fuera”.

Su visible angustia se volvió aún más desesperada cuando Norma recordó que una amiga del barrio, que tiene un hijo postrado, le dijo en algún momento de su derrotero por los centros de salud y las oficinas ministeriales que “al formulario cuidalo como oro porque mirá que no te dan otro en el Ministerio”.

Para una mujer de un barrio vulnerable, hastiada del olvido estatal, ninguneada por las instituciones y violentada hasta la náusea por la pobreza y la ignorancia, no hay verdad fuerza mayor que los juicios terminantes de una vecina que atraviesa su misma situación. Y más si estos coinciden, aunque sea en alguna de sus partes, con lo informado por un funcionario estatal.

Los operadores de ATAJO, finalmente, lograron contener el llanto de Norma. Al menos lo suficiente como para escucharla y lograr revisar entre los papeles de su bolsita de nylon. Tras revolverlos, pacientes y cuidadosos, encontraron el formulario en cuestión. Efectivamente, vieron en él una rayas que cruzaban algunos casilleros, aunque en forma prolija. El llanto de Norma regresaba de a ratos. Cuando unos minutos después el equipo ATAJO logró comunicarse telefónicamente con los operadores del Centro de Referencia del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, las trabajadoras con las que el equipo ATAJO comparte la Mesa de Gestión del CIC El Martillo, explicaron rápidamente la situación.

Como la pareja de Norma no padece una disfuncionalidad mental, esos casilleros debían tacharse. No eran una enmienda, o una desprolijidad, sino la correcta eliminación de una de las causales de discapacidad. Era un proceder normal y habitual hacerlo con birome negra, como ocurrió con el formulario de Norma.

Evidentemente, en el caso de la mujer, confluyeron varios obstáculos para el efectivo acceso a sus derechos: su condición de analfabeta; la presión de tramitar un beneficio impostergable para su situación socioeconómica, bajo riesgo de perderlo todo por una simple tachadura o error en la confección de un formulario; y, además, la poca sensibilidad de algunos agentes de la administración pública toda vez que deben gestionar con poblaciones que padecen alta vulnerabilidad.

En el Centro de Referencia, le indicaron, a través de ATAJO, que Norma aún debía adjuntar el CUIL de su pareja, que nunca tuvo activo porque mientras tuvo visión su marido había trabajado, pero siempre en negro. Debido a esa dificultad, el equipo de la agencia marplatense del MPF se contactó con los Facilitadores Territoriales de ANSES Puerto, quienes en forma inmediata recibieron a la mujer en la sede del CEPLA/SEDRONAR, a sólo cinco cuadras del ATAJO. Allí, Norma pudo solicitar el CUIL de su compañero.

Alivio

Tras la aclaración de lo sucedido, Norma sintió el mismo alivio que cuando se reencontró con sus hijos y nietos, cuatro años después de haberlos visto partir de Santiago del Estero. “Pasé por el ATAJO porque no sabía qué hacer. No quería volver del Centro de Salud a casa, porque no sabría cómo decirle a mi marido que había perdido para siempre la posibilidad de obtener una pensión”.

La mujer continúa con sus obstáculos a cuestas: la ceguera progresiva de su pareja, su pobreza, el desempleo, la nostalgia por su Santiago del Estero. Pero  la carga de a poco se aliviana. Encontró, al fin, operadores estatales dispuestos a vincularse entre sí, para potenciar sus esfuerzos institucionales, y lograr que arribe a un derecho por el lugar más inesperado: la oficina del Ministerio Público Fiscal, que no es sólo para sancionar penalmente, sino también, y quizás especialmente, para acceder a la Justicia.

Informe: Juan Pablo Gelemur