27 de julio de 2024
27 de julio de 2024 | Las Noticias del Ministerio Público Fiscal
Menu
El centro clandestino funcionaba en las afueras de Olavarría
Continúa el juicio por Monte Peloni
La semana pasada, Araceli Gutiérrez brindó un testimonio clave en el proceso en el que están imputados cuatro ex militares. Recordó que a su padre, también detenido, le dieron a elegir entre la vida de sus dos hijas, una de ellas desaparecida.

Hoy, mañana y el viernes, están previstas nuevas audiencias en el SUM de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro, donde se desarrolla el juicio por los delitos cometidos en Monte Peloni, un centro clandestino de detención que funcionó a pocos kilómetros de la ciudad de Olavarría.  El Tribunal que lleva adelante el proceso está integrado por los jueces Roberto Falcone, Mario Portela y Néstor Parra; mientras que el Ministerio Público está representado por el fiscal de juicio subrogante Walter Romero, y el fiscal ad hoc Marcos Silvagni.

En el banquillo de los acusados, están sentados los militares retirados Horacio Leites, Omar Ferreyra y Walter Grosse quienes se encuentran detenidos, y Aníbal Ignacio Verdura, quien goza del beneficio de arresto domiciliario. Los represores están imputados de los delitos de privación ilegítima de la libertad, tormentos y homicidio calificado cometidos en el circuito represivo que comprendía los Centros Clandestinos de Detención Comisaría de Olavarría, el Regimiento de Caballería de Tanques 2 “Lanceros General Paz” de esa localidad, la Brigada de Investigaciones de Las Flores - Monte Peloni y “La Huerta” de Tandil.

El horror, por militante y por mujer

A Araceli Gutiérrez la secuestraron la misma noche que a otros ocho jóvenes. Los arrancaron de sus casas hombres armados, algunos encapuchados, otros vestidos de fajina, rompieron puertas y ventanas. Golpearon, interrogaron, se robaron libros y fotos, se comieron milanesas de una heladera y se llevaron a militantes y trabajadores de sus casas. Muchos niños y niñas quedaron llorando, lejos de sus padres. En menos de un mes y medio, hubo 21 secuestros y desapariciones en Olavarría. El destino común fue Monte Peloni, un centro clandestino de detención y torturas que funcionó en las afueras de la localidad bonaerense.

En la noche del 16 de septiembre de 1977, llegaron a la casa de Araceli por segunda vez. Tiraron la puerta abajo, la golpearon, la envolvieron en una frazada, la esposaron y la subieron a un auto. Tirada en el piso del vehículo, sufrió manoseos.

Luego de pasar por la Brigada de las Flores, la joven que militaba en la Juventud Universitaria Peronista, fue llevada a Monte Peloni, junto a varios de sus compañeros. Cuando los bajaban en el lugar, los golpearon y los tiraron contra una pared. “Tiraban tiros y se sentía el revoque encima de nosotros. Yo escucho que dicen ‘dentro del grupo hay una mujer’. Yo no abría la boca. Estaba con saco de hombre, un pantalón que me quedaba largo y unas botas. Me habían esposado por atrás y sentí que me ponían la mano en el pecho, entonces me atajé e hice con los brazos para adelante y dicen ‘esta es la mujer’. Me pusieron en un sillón que había ahí, un algodón en la boca y me vendaron. Siguieron golpeando a los compañeros: era un loquero de gritos”, relató en el marco del proceso judicial.

“Sabíamos que teníamos una guardia permisiva, otra que era totalmente invisible que no nos trataba, y después la guardia dura que venía y golpeaba por golpear”, recordó Araceli. Para ese turno, había gente que llegaba especialmente: “Entre los que venían estaba Ferreyra”.

Una de esas noches un hombre con aliento a cigarrillo negro se sentó junto a ella en el sillón. “Empezó a manosearme y se le unieron otros más. Me dijo: ‘qué olor que tenés’, y yo le decía que no me dejan bañarme. Me introdujo una pistola en la vagina”, relató Araceli. Del abuso participaron otras personas más. Se rieron de ella. Y quedó lastimada. A la hora, aproximadamente, llegó un médico.

Durante el juicio, Araceli Gutiérrez relató que en octubre, para el día de la madre, sintió que algo le ponían entre sus manos. Era una caja de bombones. Ella pidió compartirla con sus compañeros. Osvaldo Fernández se comió uno de chocolate con papel incluido. “Todo eso servía como para desestabilizar a uno”, puntualizó ante los jueces.

El 1° de noviembre, fue trasladada a la cárcel de Azul. Antes, la hicieron bañarse en un tarro con agua caliente. Desnuda, ante una docena de encapuchados. “Lo único que se me ocurrió pensar es que no tenía las piernas depiladas”, mencionó.

Araceli Gutiérrez ingresó vendada y así le tomaron los datos. Cuando salió al patio se la quitaron: “Hacé de cuenta que me habían clavado dos puñales en los ojos”, relató. Llevaba 48 días vendada. Fue llevada en abril de 1978 a Devoto, donde estuvo detenida hasta junio del ‘79, cuando le otorgaron la libertad vigilada en Olavarría. Dejó de estar a disposición del PEN en agosto de 1980.

"Le dieron a elegir entre las dos hijas: yo estoy acá, y mi hermana no"

Un día antes del secuestro de Araceli Gutiérrez, había sido detenida su hermana Isabel, junto al compañero Juan Carlos Ledesma y tres días antes su padre, entonces subcomisario de la Policía bonaerense en Tandil.

“Mi papá estuvo mal. Mi hermana estaba muy enferma: se había agarrado como una septicemia porque cuando la llevaron, habían pasado cinco días de que había parido. Se le hizo una infección y la trataron con una compañera que era médica y estaba detenida ahí. Cuando mi padre me contó, me dijo que la sacaron de ahí en diciembre pero que ya estaba muy grave. La sacaron para matarla. A él le costaba mucho contar las cosas, pero decía que fue una situación muy compleja”, relató Araceli.

Ante el Tribunal, añadió: “Yo después me entero que la situación compleja fue que a mi padre le dieron a elegir entre las dos hijas, yo y mi hermana. Mi padre me dijo que cuando la mataron ya estaba muriéndose. Yo estoy acá, y mi hermana no, aunque él no contó nada”.

Actualmente Araceli Gutiérrez es casera en el ex centro clandestino de detención donde sufrió el horror de la última dictadura cívico militar. Su apuesta es mantener viva la memoria.