Hoy, los jueces continuarán con las audiencias del juicio que se está desarrollando en Olavarría por los crímenes cometidos en Monte Peloni, un centro clandestino de detención y torturas que funcionó durante la última dictadura cívico militar. El Ministerio Público Fiscal está representado por el fiscal de juicio subrogante Walter Romero, y el fiscal ad hoc Marcos Silvagni. En el banquillo de los acusados están los militares retirados Horacio Leites, Omar Ferreyra y Walter Grosse, quienes se encuentran detenidos; y Aníbal Ignacio Verdura, quien goza del beneficio de arresto domiciliario.
Los represores están imputados de los delitos de privación ilegítima de la libertad, tormentos y homicidio calificado (en dos casos) cometidos en el circuito represivo que comprendía los centros clandestinos de detención comisaría de Olavarría; Regimiento de Caballería de Tanques 2 de esa localidad; la Brigada de Investigaciones de Las Flores - Monte Peloni, y “La Huerta” de Tandil.
El juicio continuará con las declaraciones de otros testigos aportados por las defensas y la Fiscalía. En las últimas audiencias, declararon sobrevivientes de Monte Peloni y familiares.
"Hubo quien lo escuchó gritar"
Alfredo Maccarini salió de su casa el 29 de septiembre de 1977 a las 11:15. Iba a tomar el colectivo que lo llevara a su trabajo, en la Unidad 2 de Sierra Chica. Nunca más volvió, pero la reconstrucción de los hechos dejó en evidencia su paso por Monte Peloni.
Su esposa, Silvia Pallay, testimonió en el juicio que el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata –integrado por los jueces Roberto Falcone, Mario Portela y Néstor Parra- está llevando adelante en Olavarría. “Esa noche comí, lo esperé durante toda la noche, no vino”, relató. Enseguida, la búsqueda desesperada y las puertas que se cerraban ante ella. Incluso, el shock nervioso le costó un aborto.
“En ese tiempo había pasado el caso conocido de Carlos Moreno (abogado de los obreros de Loma Negra secuestrado, torturado y asesinado), entonces ningún abogado quería tomar nada, ni habeas corpus ni nada”, rememoró luego.
Silvia dijo saber que estuvo en Monte Peloni: “Muchos compañeros de él me lo dijeron, hubo quien lo escuchó gritar y otro me dijo que había hablado con él”.
“Yo sé que mi esposo ha sufrido torturas físicas y psicológicas. Pero él ya no está. Ha dejado en mi hija, en mí, un profundo dolor y un trastorno psicológico profundo, que llegaron en su momento a ser más que una tortura”, mencionó. Alfredo tenía 32 años cuando se lo llevaron. Durante mucho tiempo, cada vez que Silvia oía el timbre, salía corriendo, pensando que era él.
"A la mañana, escuchabas los pájaros y a la tarde, venían a torturar"
Cada día de la primavera, desde 1977, Osvaldo Raúl Ticera, conmemora un nuevo año de su secuestro. En ese entonces, era estudiante de ingeniería. Lo sorprendieron cuando llegó a su casa, lo redujeron sin preguntas y enseguida lo vendaron.
Cuando llegó a Monte Peloni, reconoció algunas voces que le eran familiares. Carmelo Vinci, Castelucci, Sampini, los Fernández, todos ellos eran compañeros del centro de estudiantes. Una vez adentro, comenzaron las torturas. “Los primeros días fue sin comida, apenas nos daban agua; y en las torturas querían información, sobre la militancia, la política, la universidad”, rememoró. Dijo que la tortura era con picana eléctrica y que se detenían en zonas sensibles como piernas y testículos. “A la mañana escuchabas los pájaros y a la tarde venían a torturar”, lo graficó.
En su relato, Ticera coincidió con otros testigos que también pasaron por Monte Peloni. Lo llevaron desde allí hasta “la escuelita del Regimiento” para firmar una declaración. “Me levantan la capucha y me dicen firma acá. Me parece que no hacía falta que me dijeran qué pasaba si no firmaba porque tenía la pistola apoyada en la cabeza”, sostuvo.
Luego lo subieron a un Unimog –“quién va a tener un Unimog, o sea, era el Regimiento"- y lo llevaron hasta la Comisaría de Tandil donde por primera vez le sacan la capucha. “Resultamos todos condenados por asociaciones ilícita”, recordó.
Ticera dejó en claro: “A mí no me queda ninguna duda que el manejo de ese lugar era responsabilidad del Ejército Argentino del Regimiento de Olavarría”. Y señaló: “El otro día estaba recordando que mi madre me contó que con la madre de Castelucci habían hablado con el coronel Verdura, y Verdura les dijo: ‘me los pidieron’”.
"Sin una prensa adicta, esas cosas no hubiesen ocurrido"
La noche del 21 de septiembre de 1977, Juan José Castelucci estaba en su casa, porque unas anginas lo tenían sin poder salir. Un grupo de personas ingresó a su vivienda y lo sacaron a la fuerza para meterlo en el baúl de un auto. De allí fue llevado directamente a Monte Peloni.
“Me sientan en una silla esposado y vendado. Desnudos, sobre una cama elástica, nos daban picana. Tuvimos esa noche sesión de picana, trompadas, golpes”, recordó. Y al igual que otros sobrevivientes de este centro clandestino de detención, diferenció tres guardias, una de ellas, la más agresiva. Allí –dijo- “había dos personajes, el Cuaco y el Pájaro”.
Castelucci dijo que cuando consiguió la libertad, después de un largo periplo, leyó la prensa que su madre fue guardando con tanto dolor. “Veo que no queda duda: sin una prensa adicta esas cosas no hubiesen ocurrido”, comprendió.
Al igual que Ticera, señaló que una noche de fines de noviembre fue llevado a la “escuela del cuartel”. “Ahí encapuchado me martillan un arma, y me hacen firmar una declaración. Después de ahí nos llevan a la cárcel de Azul, totalmente incomunicados, donde el oficialito que nos recibe me golpea abiertamente los riñones que hasta el día de hoy si me tocan, duele”, expresó.
“Fuimos torturados en Azul, en La Plata, en Caseros, ya Rawson no porque habían perdido las Malvinas”, sostuvo.
Sampini, el conscripto militante
“Estaba siendo detenido por algo que suponía que me podía pasar, ya lo venía percibiendo, pero no sabía cuál era el límite”, contó ante el Tribunal Rubén Francisco Sampini, un joven que hizo la conscripción antes de ser secuestrado, y también militaba en la Juventud Universitaria Peronista. “Me costó alguna paliza de más el hecho de ser tratado de traidor”, apuntó.
Y una circunstancia en el cuartel ya le había encendido el alerta. “Un día cruzando la Plaza de Armas había un subteniente Arias que me dijo: ‘Sampini ayer te fueron a buscar’. Me cruzó y siguió. En cualquier circunstancia podría haber dicho ‘tengo dos minutos para rajarme’, pero yo no sabía cuál era el límite de la represión. Conociéndolos tendría que haber sido muy valiente para no escaparme, pero me retenía mi familia. Ya era vox populi que habían retenido familiares para llegar a quien estaban buscando y decidí arriesgarme”, relató.
Cuando se lo llevaron de su casa hacia Monte Peloni tenía ropa de soldado, aunque cree que no llegó a ponerse calzado alguno. “Llegamos, nos bajan en silencio, me apoyan la cabeza contra una pared, percibo que al lado mío hay más gente. Es una escena de terror”, rememoró.
Enseguida empiezan los interrogatorios. “Es muy feo. Como el alarido es tan grande cuando te pasan corriente por los genitales, por la boca, por la lengua, entonces existía un método: ponían un almohadón o almohada por la cabeza y dejaban una mano suelta. Decían ‘cuando quieras hablar abrí y cerrá la mano’”, explicó Sampini.
El soldado creyó que no estaba dando la información que le exigían a fuerza de torturas. “Una persona me mete un caño de un arma de la boca y me habla. Con una voz disimulada, pero en forma vehemente me dice: ‘¿Sabés lo que es esto? Con esto te vamos a reventar’”.
“Cuando me mete el caño en la boca y me habla distingo claramente la voz del teniente primero Leites”, aseveró.
Sampini estuvo haciendo la conscripción durante 7 meses, de marzo a septiembre. Allí conoció gente, movimientos y voces. “El régimen militar hace que las voces de mando sean un eje importante de la instrucción, uno conoce las voces de sus superiores”, sostuvo.
Al brindar detalles del cautiverio en Monte Peloni, relató: “Pasamos mes y medio, dos meses, estaqueados en una cama de acero o hierro, dos manos abiertas esposadas y las dos piernas abiertas atadas con soga. (…) Yo no sé si entré en un semidelirio, pero soñaba en cómo podía hacer para soltar esa mano y agarrar esa lata de orina y tomármelo. En ese momento no daba asco. El cuerpo necesitaba agua”.
Sampini reveló que al acusado Ferreyra “lo veía en un Fiat 1500”, un mismo modelo de auto que sobrevivientes reconocieron como el vehículo con el que lo secuestraron, y que incluso llegaba al centro clandestino de detención para las sesiones de torturas. “Podría ser su auto particular pero cuando estábamos en Monte Peloni había dos cosas que nos indicaba que la íbamos a pasar mal. Una era cuando se encendía el grupo electrógeno (utilizado para la picana), y otra cuando sentíamos el ronronear de un auto que entraba bastante despacio por el acceso al Monte. Venía despacio y de golpe hacía con el motor un poco de fuerza y paraba… Ese ruido es muy característico y creo que era de un Fiat 1500. Un auto con un ruido muy particular”, interpretó.
“Esos dos componentes a nosotros nos indicaba que por ahí iba a haber tortura y muy pocas veces nos equivocamos”, añadió.
"Pensár distinto de eloos y eso no es un crimen"
Del grupo de militantes secuestrados y llevados a Monte Peloni, por los que se juzga a los cuatro imputados, el último fue Juan Carlos Butera, el 1° de noviembre de 1977. Entonces era empleado del penal de Sierra Chica en Olavarría, al igual que Alfredo Maccarini.
Lo fueron a buscar a su casa, pero como no estaba, lo secuestraron a la salida de la escuela donde estaba terminando el secundario. “Estaba todo rodeado de soldados, había tres o cuatro camiones, me agarra del brazo, me pone una capucha y me mete al camión”, rememoró.
Lo llevaron a la comisaría primera de Olavarría, según interpretó, y a la mañana siguiente, luego de haber sido torturado con picana, lo trasladaron a Monte Peloni. “Ni bien llegue sacaban a una mujer que gritaba y luego me metieron a mí. Me desnudaron, me ataron de pierna y brazo, y me dieron picana por varias horas, con golpes también y demás”, declaró.
Luego fue trasladado a la cárcel de Azul: “Como yo había trabajado en Sierra Chica, me consideraban un traidor”, señaló. Allí lo fueron a ver sus padres. Él no sabía qué decir, pero su padre sí supo: “Me dijo quédate tranquilo no sos un asesino ni un criminal, lo único que tenás es que pensás distinto de ellos y eso no es un crimen”. Sus palabras lo ayudaron a soportar el calvario que siguió en los años siguientes hasta su liberación.