29 de marzo de 2024
29 de marzo de 2024 | Las Noticias del Ministerio Público Fiscal
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A casi 19 años de la voladura de la Fábrica Militar
Río Tercero, radiografía de una ciudad
Esta semana comenzó el juicio que busca determinar la responsabilidad penal de los cuatro acusados que llegaron a esta instancia. En el medio de la cobertura, Fiscales visitó la ciudad afectada en busca de testimonios de los vecinos. Mientras tanto, en la audiencia del jueves, pudo oírse cómo los peritos explicaban que las explosiones habrían sido intencionales.

“El 3 de noviembre de 1995, a las 08:55” es una frase que se encuentra al inicio de cualquier escrito judicial vinculado con la causa por la explosión de la Fábrica Militar de Río Tercero. De tan citada, ya parece el mantra de una remera de la adolescencia que un adulto se niega a tirar. Sin embargo, en la propia ciudad de Río Tercero, a casi 19 años de esa fecha, señalarla junto a la hora es un punto de inflexión en la historia que recorre a un pueblo. Si bien son pocas las marcas que existen en la ciudad, ninguno de los testigos del siniestro deja de remarcar lo angustiante y trágico de aquel día.

Fabián Menichetti es periodista y locutor de la LV26 Radio Río Tercero. Además, se encargó de registrar en dos libros lo sucedido el 3 de noviembre de 1995, a las 08:55, así como también todo lo que vino después. El primero, Noviembre, es de 1997, y fue dedicado a relatar las historias de las víctimas de las explosiones. Mientras que el segundo probablemente haya sido el libro que jamás quiso escribir, pero que los distintos vaivenes que el caso recorrió en la justicia lo obligaron a hacerlo. Se trata de Esquirlas de noviembre, editado en 2011, y que narraba los entonces 16 años que habían transcurridos desde la voladura de los polvorines de la FMRT. Tres años después, mientras recorre las oficinas de la radio, dice que de los atentados que sufrió el país en la década del ’90, este es el que menos prensa suele tener. Sin embargo, también es uno de los hechos que mejor retrata lo ocurrido en esa época. Para ocultar un delito grave cometido por autoridades del Estado, se realizó otro por esas mismas autoridades que puso en vilo a toda una ciudad, dejó daños materiales y físicos en sus pobladores y terminó con la vida de otros siete. Por eso le llama la atención que no esté sentado en el banquillo de los acusados el ex presidente Carlos Menem.

“En la audiencia de ayer, González de la Vega dejó bien en claro que el trotyl no se enciende con un fosforito, o con la colilla de un cigarrillo y mucho menos con los rayos de sol”, comenta Menichetti en relación la primera jornada del juicio que comenzó a celebrarse el miércoles en la ciudad de Córdoba ante el Tribunal Oral en lo Federal N°2. “Esas fueron hipótesis que comentaban desde el poder, incluso desde el judicial, para tapar el hecho. Sin embargo, las pericias de 2003 que dieron impulso a la causa confirmaron el atentado. Como sea, lo cierto es que ya nadie puede mentir ante la memoria de este pueblo y de sus víctimas fatales sobre lo que ocurrió aquel día”, dice y luego recuerda las primeras declaraciones de Menem ante la prensa a las horas de haber sucedido la explosión: “esto no fue un atentado, fue un accidente y ustedes están obligados a decir eso”.

Memoria

Quizá no son muchas las estructuras dañadas que hayan quedado en pie como recuerdo de la voladura. Pero también, es cierto que nadie puede ser culpado por no querer vivir entre escombros. En especial cuando la imagen de Río Tercero sobre el 3 de noviembre de 1995, a las 08:55, es algo mucho más poderoso que una fotografía sobre papel. En la memoria de cada habitante, ese día es imborrable, es donde están las esquirlas que no se pudieron recolectar. Y en el propio ingreso a la ciudad, un monumento a las víctimas fatales se impone ante la mirada de cualquier persona que llegue. Se encuentra en la Plazoleta de la Evocación, un nombre para nada azaroso que además incluye cada uno de los nombres de los siete que perdieron la vida: Aldo Vicente Aguirre, Leonardo Mario Solleveld, Romina Marcela Susana Torres, Laura Andrea Muñoz, Hoder Francisco Dalmasso, José Andrés Várela y Elena Sofía Ribas de Quiroga.

Y también el de Ana Elba Gritti, una abogada casada con una de las víctimas, Damasso, y que falleció en abril de 2011. Desde el primer día, Gritti se encargó de intentar esclarecer lo sucedido y perseguir a los responsables. Tal es así, que terminaría por constituirse como parte querellante del proceso. Luego de su muerte, sus dos hijas, María Eugenia y María Julia Dalmasso, continúan la lucha en su lugar, acompañadas por los abogados Horacio Viqueira y Aukha Barbero. Las jóvenes tenían 4 y 6 años en 1995, y hoy, a los 25 y 23, dan cuenta del poder de la memoria del pueblo: “podría pensarse que después de 19 años, la herida duele menos, o que nos olvidamos. Pero no, es imposible olvidar”, dijeron durante la primera audiencia del juicio ante la prensa.

Tampoco olvidan los vecinos que se agrupan en la “Comisión de damnificados” y que, luego del 3 de noviembre de 1995, a las 08:55, pasaron a juntarse y organizarse para reclamar por justicia. Suelen reunirse durante la semana en una oficina ubicada en la Municipalidad de Río Tercero. Oficina que desde que se puso en marcha el proyecto de ley para la reparación de las víctimas de la voladura, ve pasar a diario a decenas de personas que se inscriben en un registro. Allí, Osvaldo Gigena, que desde los primeros momentos luego de la explosión empezó, primero, a colaborar con la gente para rearmar una ciudad y, luego, para buscar justicia, comenta que el proyecto de reparación civil tiene media sanción por parte de Diputados y están a la espera de que el Senado pase a darle tratamiento y lo termine de aprobar. “Sería una forma de ir cerrando heridas”, dice y se queda pensativo. “Bueno, no sé si estás heridas se cierran”, agrega.

El proyecto de ley contempla el derecho a percibir una indemnización “por sí o por sus herederos”, a todas aquellas personas “que al momento de sancionarse la ley, se encontraren reclamando los daños y perjuicios basados en estos hechos”. Los hechos son los de siempre, esos ocurridos el 3 de noviembre de 1995, a las 08:55.

Aceptar esa indemnización, que fija distintos montos por los diferentes daños sufridos, implica renunciar a los procesos judiciales civiles que están en marcha. “Llegar a esta ley nos llevó años y años de lucha. Pensá que hasta el 2003 nadie tomaba en serio la hipótesis del atentado. Cuando digo nadie, me refiero a la justicia, porque acá, nadie tenía dudas, lo digitaron ellos desde Buenos Aires, y no sé si pensaban que pasaría lo que pasó, pero eso no importa, digo, qué era lo que pensaban, porque casi nos matan a todos, casi hacen desaparecer toda una ciudad. ¿Qué se le tiene que pasar por la mente a un humano para llegar a pensar y ejecutar eso?”.

Mientras atiende a los vecinos, Oscar cada tanto se toma un tiempo para seguir conversando sobre cómo se conformó la comisión de damnificados. El día de la explosión, él se encontraba en una playa de remises con otros compañeros de trabajo. Al escuchar el ruido, creyeron que había volado alguna planta de GNC o algo similar. Pero al rato descubriría que no, que había explotado la FMRT. Él, como varios de los vecinos de la ciudad, había trabajado algunos años en la Fábrica. Durante ese tiempo, se dedicó a hacer radiografías de los proyectiles. Como tenía familiares que vivían a menos de 300 metros del lugar, fue lo más rápido que pudo hasta la casa. Cuando llegó, ya no había nadie. Su suegro, que era camionero, ya había pasado por allí a recogerlos. Entonces se detuvo por primera vez para analizar un poco más qué era lo que estaba sucediendo. Se dio cuenta de que el ruido que no dejaba oírse por arriba de sus cabezas eran las esquirlas de la explosión; también de que los autos iban y venían sin ningún punto concreto hacia dónde llegar; de que el humo empezaba a formar un nuevo concepto de neblina; de que ya no había electricidad ni combustible por ningún lado; de que a sus ex compañeros que aún trabajaban en la Fábrica podría haberles sucedido lo peor. Finalmente comprendió que debía hacer algo más y entonces le dijo a su suegro que fueran con el camión a sacar gente del pueblo como sea. El suegro no dejaba de llorar y al principio se negó a regresar a los alrededores de la Fábrica. Con el tiempo, logró tranquilizarse y pudo subirse al camión. Ya en el viaje, mientras contemplaban el paisaje desolador, volvía a llorar. Y Oscar también. Lloraban los dos.

“A los primeros que rescatamos fue a una mujer que tenía ocho hijos. Cuando los empezamos a subir al camión, la mujer vio que le faltaba una de las nenas. Entonces nos dijo que no se iba, que no la iba a abandonar. A esa altura uno ya estaba al tanto de que había familias divididas, que no sabían dónde estaba alguno de los miembros, porque la locura fue tal que uno veía pasar un auto y se subía, y bueno, no había celulares y los teléfonos estaban todos cortados, así que era desesperante. Por eso le pregunté a la señora si no era probable que se hubiese ido con algún vecino. Me dijo que no, que estaba con ella. La empezamos a buscar por todos lados hasta que, como veinte minutos más tarde, la encontramos debajo de una mesa de la casa. Estuvo todo el tiempo escondida ahí, paralizada por el miedo, pobrecita”. A medida que pasaban los días, la gente trataba de recuperar lo que podía con la esperanza de que el horror no se volviera a repetir. Pero llegó la explosión del 24 de noviembre “y ahí la locura fue peor”, dice Oscar. “Sociológica y psicológicamente, fue un golpe que nos devastó. En sí, fue menor que la primera, no causó muertos, y ya no le quedaba demasiado para seguir dañando. Pero en nuestras psiquis ya estaba instalado el concepto de la explosión anterior y ahí comenzó de nuevo la locura de querer huir de la ciudad”.

Luego de esa segunda explosión por suerte ya no sufrieron otras. A partir de ahí, comenzó el proceso de reconstrucción de la ciudad y el intento de buscar algún tipo de justicia. Ya entre la primera y segunda explosión, además de la abogada Gritti, había aparecido la figura de un abogado cordobés, Mario Ponce. Comenta Oscar que en el lapso que fue de la primera a la segunda explosión habían preparado una denuncia por lo sucedido. Sin embargo, el 24 de noviembre la voló en pedazos y se pusieron a trabajar como pudieron con la gente del pueblo. Después vendría un decreto del gobierno de Menem que buscaba de algún modo ofrecer una reparación económica a los afectados directos de eso que él había obligado a llamar un accidente. El decreto fue a los seis meses de la explosión y se ocupaba de todos los casos denunciados hasta ese momento. Pero después de esa fecha, algunas casas, por el propio acomodamiento de la tierra, empezaron a resquebrajarse. “No había nada ni nadie que ayudara a esas familias, por eso nos reorganizamos y nos pusimos como objetivo ayudar a todo aquel que fue sufriendo algún tipo de daño en el momento que fuera a causa de la explosión”. Según Oscar, “Ponce llegó como un abogado dispuesto a ayudar, como llegaron muchos otros, pero él no se fue más. Un día se dirigió hasta el barrio Las Violetas y vio a un hombre que había perdido todo llorando sobre los escombros en los que había quedado convertida su casa. Ahí se partió y me dijo que no nos iba a abandonar más. Y no lo hizo”. Oscar se quiebra y se le caen algunas lágrimas. Luego de limpiarse con los dedos, explica que con los honorarios que cobre, Ponce va a armar una especie de cooperativa para ayudar a la gente de la ciudad que lo necesite. “Va a ser un emprendimiento social que permita potenciar cualquier proyecto de la gente que más lo necesite, y para que nadie piense nada raro, ya estamos conformando un equipo de control al que invitamos a gente de todos lados y de todos los partidos para que vean siempre qué se hace con el dinero. Queremos convertir lo negativo de aquel día en algo positivo para todas y todos”. Después pide disculpas y dice que debe seguir atendiendo a los vecinos. “Llevamos repartidos turnos hasta fines de septiembre, son como diez mil personas las afectadas”.

Otros miembros de la Comisión muestran recortes de diarios de la época e imágenes de los daños. También relatan sus experiencias. Hay gente que se esfuerza en memorizar leyes, otros celebran poder recitar poemas, pero ningún de ellos tuvo que esforzarse ni mucho menos celebrar recordar para siempre aquellos días. “La memoria es rara pero imbatible”, dice Raúl, uno de los vecinos afectados. Junto a él están Delia, Omar, Elba y otros integrantes del grupo. Uno de ellos es Axel, un joven de 18 años que estaba en la panza de su madre mientras Río Tercero se modificaba para siempre. Axel cuenta lo que le contó su madre sobre el 3 de noviembre. Dice que tenía una hermana mayor, de diez años en ese entonces, que, mientras corría por el campo junto a su madre, le sangraban los oídos. Habían tenido que salir corriendo, explica, porque en la que iba a ser su casa cayeron dos bombas: “una en la cocina y otra justo sobre el cochecito que iba a ser para mí”. El resto de los relatos comparten las inflexiones en las que parecen divididas sus vidas. Todos asienten en lo que dice Raúl, que el cielo, aquel 3 de noviembre, parecía iluminado por faroles de fuego. “Cuando caían a nuestro lado, te dabas cuenta de que eran pedazos de todo lo que voló”.

Las Violetas

En el barrio más afectado todo parece nuevo. Demasiado nuevo. Algo que en principio sería extraño para una ciudad fundada en 1913. Pero ningún emprendimiento inmobiliario pasó por allí. Fue el efecto más instintivo de los habitantes lo que los llevó a reponer lo más rápido posible algo de todo lo que habían perdido. Las imágenes de la calle Arenales (que divide la FMRT de Las Violetas) del día de la explosión muestran un paisaje minado por proyectiles, bombas, misiles, escombros, árboles, casas destruidas, autos quemados. Esa devastación hoy está atemperada por un barrio residencial donde la tranquilidad y el silencio son las características más notables.

Sin embargo, un grupo de albañiles se acercan a los miembros de la Comisión y les alcanzan pedazos de proyectiles que acababan de encontrar mientras hacían una excavación para colocar los cimientos de una casa. “Fijate”, dice Delia, “19 años después, por las dudas, la tierra nos sigue advirtiendo que no nos podemos olvidar de lo que pasó”. Al llegar a la escuela de educación primaria Zapiola, Delia se detiene junto a los otros vecinos y saca la foto que preserva sobre la explosión. “Mirá cómo había quedado, mirá cómo está ahora”. El cambio es considerable y, ya adentro del establecimiento, el grito de los chicos parece alejar cualquier daño de aquel día. Pero la directora del colegio señala que la memoria está intacta y que, “así como enseñamos los grandes acontecimientos y tragedias de la historia argentina, siempre hacemos un apartado especial para que sepan no sólo de la explosión sino también para que estén al tanto de la lucha que comenzó un pueblo a partir de aquel día”. Se refiere, claro, al 3 de noviembre de 1995, a las 08:55.