“Con 63 años veo a esa adolescente y me duele. No lloro por mí, lloro por la adolescente. Como mujer adulta duele mucho que a una persona le hagan eso, es terrible. Pero bueno, acá estoy”. Margarita Ferré declaró en el juicio denominado “Cueva 3”, que la tiene como víctima. Tenía 19 años cuando la secuestraron y le robaron tres años de su vida hasta que pudo recuperar la libertad en 1979. Las huellas de la clandestinidad, la violencia cotidiana y las torturas perduran y salen a flote al narrar lo vivido durante la última dictadura cívico militar.
Ferré fue la segunda testigo que a través de la plataforma digital Zoom escucharon la jueza Sabrina Namer y los jueces Daniel Obligado y Fernando Machado Pelloni, el fiscal general Daniel Adler y los auxiliares fiscales María Eugenia Montero y Julio Darmandrail, y los abogados defensores de los cuatro imputados que llegaron a juicio acusados por asociación ilícita, privaciones ilegítimas de la libertad, torturas y homicidios en el marco del terrorismo de Estado. También participó de la audiencia virtual el acusado Emilio Guillermo Nani, quien debió ser reconectado como público luego de interrumpir el testimonio para hablarle a su abogado: “Eduardo (San Emeterio), te mandé un mensaje”, le dijo con el micrófono abierto.
Margarita Ferré no recuerda fechas con exactitud y elije no refrescarlas. Sabe que se la llevaron en el invierno del 76 y en 1979 recuperó la libertad, con las secuelas de la violencia y la imposibilidad de estudiar y de trabajar. “Quería estudiar y no pude, me recomendaron de la Universidad que no fuera. Y con trabajos me pasó lo mismo, me decían ‘mirá, nos vinieron a ver y es mejor que te quedes en tu casa’”, relató.
El itinerario de los lugares clandestinos de detención donde estuvo empieza en la Subcomisaría Peralta Ramos, donde permaneció varios días sin que su familia supiera nada de ella. “Fui interrogada… fui torturada”, dijo con la dificultad de verse nuevamente en esa situación. Luego la trasladaron hasta la comisaría Cuarta, que funcionó como centro clandestino de detención, donde debió ser atendida por un médico a raíz de la hemorragia que le había provocado la picana. Sobre fines de 1976, la trasladaron en avión junto a otras compañeras hasta la cárcel de Olmos, donde permaneció una semana aproximadamente. El destino final fue la cárcel de Devoto, donde estuvo detenida tres años.
Su privación ilegítima de la libertad se dio en medio de un consultorio médico del Sindicato de Obreros de la Industria del Pescado (SOIP) de Mar del Plata, donde había ido a atenderse una situación de salud, dado que por entonces trabajaba en una fábrica portuaria. Atrás había dejado su militancia en la UES, la Unión de Estudiantes Secundarios. Apenas distinguió los gorros de lana y los borcegos de las personas que ingresaron de manera violenta, porque de inmediato la pusieron contra la pared, la sacaron agachada mirando el piso, y apenas cruzaron la puerta del gremio, fue encapuchada.
"Nos ponían en el piso, había maltrato como para acobardarnos”, contó la testigo sobre su paso por la Cueva
Una vez que estuvo alojada en las celdas de la comisaría cuarta fue sacada -siempre de manera violenta- a distintos destinos. En una oportunidad, junto al Gallego Fernández, fue llevada hasta la costa: lo intuye por el ruido de mar y el olor de la playa tan característico. Y al menos dos veces fue trasladada a lo que identificaría después como la Cueva, que fue el centro clandestino de detención que funcionó en el viejo radar subterráneo de la Base Aérea. “En la Cueva no me picanearon, sí fue muy violento porque hubo golpes. Nos ponían en el piso, había maltrato como para acobardarnos”, contó la testigo, que recordó haber sido trasladada esposada en el baúl de un auto y uno de los interrogatorios en el que la hicieron reconocerse en una foto. “Eso me asustó mucho, no entendía”, mencionó.
Consultada bajo qué autoridad habría estado detenida en la comisaría cuarta, dijo que serían los militares, de acuerdo a lo que le decían los propios cabos de la dependencia policial, quienes se encargaban de sacarlos de las celdas y ponerles las capuchas antes de que otro grupo pasara por ella y sus compañeros.
¿Qué militares estaban a cargo? “No sé quiénes estaban a cargo, sí recuerdo el nombre de Nani, es más mi mamá tenía su teléfono inclusive, había estado en mi casa por lo que me relató mi familia”, contó la testigo. De acuerdo a lo que le dijeron, fue a buscar ropa suya: debía cambiar sus prendas debido a la hemorragia que le habían provocado.
Lo buscaban y los miraba desde la vereda de enfrente
Antonio Marincevic tiene hoy 83 años y está jubilado. Brindó su testimonio por videoconferencia, desde Suecia, dado que la dictadura lo impulsó al exilio. “Con el Golpe del 24 de marzo todos los que teníamos actividad política nos pusimos alertas, mi caso era uno más”, mencionó.
Médico de profesión y abocado en ese momento a la investigación, militaba entonces en el PRT – ERP, por lo que sus compañeros le aconsejaron irse de Necochea, dado que allí lo conocían. Una cadena de solidaridad de amigos y familiares lo llevaron a pasar por Mar del Plata, Miramar, La Plata y Buenos Aires, donde permaneció unos dos años, cambiando continuamente de domicilio. “Me dijeron ‘no te quedes quieto en ningún lugar porque te van a detectar’”, relató 44 años después. Ya había comenzado a tramitar su salida del país, vía Brasil, con destino a Yugoslavia, donde tenía familiares, para luego llegar a Suecia.
Algún tiempo después de irse de Necochea supo que el Ejército fue “revisando” las casas donde había estado, como la vivienda de sus ex suegros. “Entraron rompiendo puertas, robaron, los vecinos vieron cómo sacaban cosas. Los oficiales de más jerarquía venían con camionetas y cargaban lo que querían”, señaló. De hecho, uno de los operativos que realizaron en la casa donde vivía Marincevic lo vio desde el balcón de la vivienda de enfrente donde había pedido resguardo.
"Los oficiales de más jerarquía venían con camionetas y cargaban lo que querían", recordó otro testigo sobre los robos a los que también eran sometidas las víctimas.
También lo fueron a buscar a una clínica donde había prestado servicio: trabajó solo un mes porque le aconsejaron irse. “La cosa se venía poniendo brava”, rememoró. Al centro médico “entraron de la manera que entran ellos, siempre muy educados (se ríe), violentaron puertas y demás. No piden permiso”, sumó luego.
Si bien al momento de prestar declaración no recordaba el nombre de quién había estado a cargo de esos operativos, que fueron incluso publicitados por los medios, con la ayuda de un recorte del diario Ecos de Necochea -que se encuentra incorporado a la causa-, leyó que en octubre de 1976, el propio imputado Nani, entonces teniente primero, brindaba información de los operativos realizados como parte del plan establecido por autoridades superiores.
La próxima audiencia está prevista para el 14 de octubre, fecha para la que se espera escuchar tres testimonios.